Viajar solo (sin compañía predeterminada) es una experiencia que pocos se atreven a realizar y que quienes lo experimentan ya no pueden dejar de hacerlo.
Al decidir ir a la aventura por tu cuenta sin que nadie te acompañe te abre automáticamente las puertas a un mundo que pocos pensarían.
Al viajar solo te abres a la oportunidad de poder conocer a diferentes personas y convivir por unos instantes, minutos, horas, días o semanas compartiendo una experiencia juntos que seguramente se volverá inolvidable y esto es independiente de la calidad del momento vivido, esta experiencia se vuelve única porque, al no haber expectativa previa, se logra vivir más en el momento presente, disfrutandolo, sin juicio, sin esperar nada más que el seguir viviendo algo que quedará grabado en la memoria.
Y no es que no puedas vivir este tipo de experiencia de viaje si viajas acompañado, simplemente al estar solo te das oportunidad de mostrarte como verdaderamente eres y por lo tanto no exigir algo más a los demás con los que te vas encontrando.
Abres tus alas y te encuentras con el momento mismo, con el encuentro mismo, fundiéndote con el infinito…